martes, 22 de abril de 2008

Bogotá

Por Alberto Cerro

Cuando en el avión -cansado de un viaje un tanto bizarro con pocas horas de sueño y en un asiento que no se podía reclinar- comencé a ver un paisaje muy verde y vivo no sabía qué parte de Colombia era, pues la naturaleza tiene otro tipo de divisiones que van más allá de las políticas. Me impactó el cerro llamado Monserrate que desde el hotel se veía el santuario con el mismo nombre y un cristo que se encontraba a un costado en el cerro Guadalupe, la energía que emanaban al míralos me erizaba la piel y vibraba algo en mi cuerpo; eso en todas las veces que lo veía. Iba más allá del sentido religioso, era el propio cerro que se proyectaba a la cuidad que inconscientemente los bogotanos o rolos, como se dicen así mismos, tienen algo de esa energía en sus miradas faltas de malicia.

El día que cumplí 25 años, conocí la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, di una vuelta de reconocimiento a pie y luego en una bicicleta. Observé algunos grafitis y pintas en las paredes de la escuela que apoyaban de cierta manera la figura de Bolívar y un marcado rechazo a la actual presidencia. Conocí a algunos estudiantes de carreras como sociología, historia y ciencias políticas que no se identificaban con el gobierno actual, ellos vendían discos, café, dulces y otras cosas para tener algo de plata mientras estudiaban; festejé con ellos mi cumpleaños sin que lo supieran, me invitaron aguardiente colombiano mientras discutíamos de política, música, acentos, cultura. No me atreví a sacar la cámara de video o de foto y es que sentí que hacerlo era una falta de respeto a su mundo, un mundo al que ellos me dejaron entrar. Pensé que los volvería a encontrar pero no fue así. Uno de ellos, llamado Julián alias “el negro” de Santander, me comentó lo polarizada que estaba la universidad y el país respecto a Uribe, platicaba del orgullo que sentía de que su ascendencia era de negros esclavos; me guió a pie hasta el hotel, caminamos por la zona de tolerancia, uno de los barrios mas peligrosos de Bogotá (eso lo supe mucho después), platiqué con una chica de19 años que había dejado sus estudios de enfermería por falta de plata, tenía dos semanas de haber llegado a la capital y convencida por su amiga entró al negocio de la carne, era prostituta; y contrario a los estudiantes, ella estaba totalmente de acuerdo con su presidente, lo apoyaba incondicionalmente -el mejor presidente que ha tenido Colombia decía- mientras Julián sonreía y me miraba con sorpresa. Sentí que era hora de irme porque se hacia tarde y me esperaban los expedicionarios y crew para celebrar.

Me impactó la cantidad de gente que pide dinero en la calle y el ambiente de inseguridad que se respiraba en la noche, o por lo menos eso fue lo que nos vendieron en el aeropuerto, en el hotel, los taxistas, policías y uno que otro indigente que se encontraba la plaza de Simón Bolívar. En la red encontré la historia de esta plaza contada con lujo de detalle por el historiador 5 estrellas; un indigente de la plaza.

Mi actividad se desarrolló en la plaza Simón Bolívar y las palomas que ahí se encontraban, las cuales dominaban la plaza junto con los uniformados y que me hacían pensar que era un lugar solemne por los edificios de importancia historia que la rodean. La pregunta a desarrollar fue ¿Qué hace que dejes tu voz individual para hacer una voz colectiva?, como puede ser un partido de fútbol, un concierto un acto religioso o en este caso un movimiento independentista, que aparentemente se unieron a una sola voz y hasta qué punto eran solo intereses individuales. Mucho tenemos que aprender de una parvada de palomas, pues al momento que las haces volar se mueven todas en un solo movimiento sin un líder aparente que las guíe, sin tropiezos o choques entre ellas, se mueven en unidad y una sincronía casi perfecta.

Mi idea era recrear por medio de las palomas esta conmoción de la gente que se levantó en contra de los peninsulares. Pensaba en las palomas porque son consideradas símbolo de libertad, además de que a ellas nadie las puede sacar de la plaza. Lo imaginaba atrayéndolas con comida mientras grababa este acto para luego hacerlas volar. Lamentablemente ese día se aparecieron unos percusionistas anglosajones -una banda bastante ruidosa- y estaban montando una tarima para un grupo de rock. En fin, yo creo que es la ley de Morphy, antes se dibujaba más solemne. Logre grabar algo pero no lo suficiente. Me quedé con ganas de regresar a terminar.

martes, 1 de abril de 2008